Friday, November 20, 2009

4.1 Calidad de Vida.

ENFOQUES, TEORIAS Y NUEVOS RUMBOS DEL CONCEPTO CALIDAD DE VIDA
Una revisión aplicada para América Latina desde la sosteniblidad
Oscar Mauricio Espinosa Henao
* Sociólogo

Junto al desarrollo sostenible, el término calidad de vida ha sido ampliamente difundido y acogido en el último lustro. Considerando la sustantiva manera en que se ha incorporado en discursos de diversa índole, la presente reflexión procura ser un acercamiento conceptual y crítico a lo que usualmente se entiende como calidad de vida, desentrañando así su sentido básico y la multiplicidad de perspectivas que lo abordan con relación a lo sostenible, el bienestar, lo gubernamental, el desarrollo y, principalmente, la sociedad de consumo.
“La familia que saca su coche malva y cereza con aire acondicionado […] para dar una vuelta, atraviesa ciudades mal pavimentadas, afeadas por la basura, edificios en ruinas, carteleras de anuncios por doquier […] Siguen adelante y atraviesan una campiña que los carteles publicitarios han vuelto en gran parte invisible […] Meriendan con alimentos exquisitamente empaquetados, sacados de una nevera portátil, junto a un riachuelo contaminado, y prosiguen para pasar la noche en un camping que es un peligro para la salud pública […] Inmediatamente antes de quedarse adormilados en un colchón de aire, bajo una tienda de plástico, entre el hedor de la basura que se está pudriendo, tal vez reflexionen vagamente sobre la accidentada irregularidad de los beneficios que disfrutan.
(John Kenneth Galbraith, La Sociedad Opulenta)” Citado por Mercedes Pardo.
1. PRESENTACIÓN
Desde la década de los setenta se han teñido de verde las inclinaciones del hombre para madurar unas relaciones más armoniosas con el entorno. La degradación generalizada del planeta se constituyó en un asunto de competencia no solo de las ciencias cientifico-naturales, sino en un problema de envergadura social, política, económica, ética, jurídica y cultural. Es interesante la manera en la cual el ambientalismo se condensa en movimientos sociales y corrientes políticas, y, por otro lado, estructurando y componiendo toda índole de discursos que, de alguna u otra manera, son familiares a los habitantes de todo el planeta; así no se constituya precisamente, salvo contadas excepciones, en un compromiso vitae gracias a los patrones de vida y de consumo que detenta la sociedad moderna.
En el auge “verde”, los discursos asociados con las diferentes dimensiones de lo ecológico, a pesar de sus múltiples facetas, contienen una terminología un tanto imprescindible en sus mismas expresiones. En este sentido, para que un discurso o tratamiento alguno de asuntos competentes a lo ambiental y al desarrollo, corresponda con lo actual, sea convincente y socialmente aceptado como “bueno”, debe contener algunos conceptos meridionales. Encontramos términos relativos a desarrollo sostenible, conservación o equidad. Ha sido tal la magnitud simbólica de estos discursos que incluso han permeado áreas que hasta hace poco no se consideraban de su más directa y estrecha incumbencia. No extraña oír hablar de desarrollo humano sostenible, crecimiento sostenido, simbiosis interpersonales, cambio sostenido, gerencia sostenible, o del concepto de Calidad Total extrapolado hacia el de calidad de vida, por exponer solo un vago ejemplo.
Desde luego, dicho discurso ha tomado tal apogeo que en la mayoría de casos se emplea de manera acrítica, mecánica y repetida; el ambientalismo también es presa del boom de lo que está de moda. Es más, coexisten “grupos ecologistas, que parecen más interesados en conservar el término de Desarrollo Sostenible que la propia naturaleza.”
En el uso ordinario de términos como calidad de vida, bienestar, sostenibilidad, sociedad civil o desarrollo, el contenido y debate conceptual se evade pasándose por obvio, con lo cual casi nunca es del todo claro para quienes recurren a ellos, día a día, con el fin de acoplarlos a realidades y niveles diferenciados de interpretación. Se manipulan desconociendo que surgen tantas formas de descifrarlos y aplicarlos a situaciones concretas, como actores o profesiones convergentes en la pretendida usanza. “A pesar de que esas expresiones se van volviendo sentido común, poco a poco, también se van convirtiendo en campos de batalla. Como son operativas y a todos gusta, todos las reinterpretan a su acomodo. Siendo conceptos de compromiso rebosan de imprecisión; la ambigüedad oculta por el significante que permite reunir posiciones contrapuestas o distantes, desata una lucha sobre el significado. No obstante, si alguien está interesado en ejercer una influencia política o académica en el corto o mediano plazo, no puede estar por fuera de ese terreno discursivo.”
Apenas ahora se advierten algunos propósitos de escrutar la anatomía conceptual de ciertos términos usualmente empleados. En ese intento, la idea de Desarrollo Sostenible ha sido blanco de análisis y criticas de diferentes ángulos, por cierto, unas más minuciosas que otras. Algunos autores, buscando realizar recensiones, se dispersan en críticas a las políticas ambientales que se trazan y ejecutan en el ámbito local, regional, nacional o internacional, dejando de lado el término al cual no hacen análisis alguno. Criticar las políticas ambientales no implica examinar cuidadosamente la idea de sostenibilidad en su perfil filosófico, epistemológico e ideológico.
De manera incluyente el desarrollo sostenible ha englobado el término calidad de vida, idea sumamente popularizada. Lo que se pretende en las siguientes líneas es acercarnos a una revisión del concepto Calidad de Vida, tres palabras insoslayales en toda clase de discurso. Cuando algún proyecto se bautiza de antemano con él, o con el de sustentable, tiende a asumirse incondicionalmente como favorable. Entonces, de calidad de vida hablan muchos, o mejor dicho, todos lo hacemos: burócratas, las administraciones publicas, médicos, académicos, ambientalistas, y a todo nivel profesional e institucional. Pues bien, en la siguiente reflexión se aspira realizar una revisión al desenvolvimiento del imaginario erguido en torno a la calidad de vida, a la luz de la noción de desarrollo sostenible como derrotero para hechar un vistazo a la sociedad de masas o industrial avanzada.
2. ARQUEOLOGIA DEL CONCEPTO CALIDAD DE VIDA
De manera embrionaria, la economía clásica del siglo XIX, dedicó algunas líneas al ambivalente asunto de la felicidad como expresión de la posibilidad de consumir y de contar con comodidades algo suntuarias, lo cual llegó a permear, en términos generales, la esencia de la economía de bienestar. El boceto y los incipientes elementos de lo que se entiende como calidad de vida son oriundos de la modernidad burguesa en su apogeo, de carácter liberal, y se circunscriben al modus vivendi típico de entornos básicamente urbanos.
La génesis del Desarrollo Sostenible nos conduce a la noción de Ecodesarrollo, difundida en la década de los setenta, luego de Estocolmo (1972). Por su parte, el auge del vocablo calidad de vida se remonta a la idea de Estado de Bienestar que evoluciona y se difunde sólidamente en la posguerra, en parte, como producto de las teorías del desarrollismo económico y social que reclamaba el reordenamiento geopolítico y la reinstauración del orden internacional, una vez consumada la segunda guerra mundial, en el marco adyacente de la guerra fría. Pasaron dos décadas para que el reto de repensar el desarrollo se cerniera en las políticas que tenían injerencia en el rumbo de las poblaciones. “A finales de los sesenta se produce un nuevo giro hacia una perspectiva socialdemócrata o un enfoque de Estado del bienestar, donde se da menos importancia al crecimiento y más a la generación de empleo, a la reducción de la desigualdad social, a la eliminación del paro y a la satisfacción de las necesidades básicas.”
Aunque en su momento se admitió como ideal social y económico que la calidad en el vivir era el resultado de la posibilidad de consumir y acumular (crecimiento), ha sido objeto de concienzudos cuestionamientos de otras escuelas económicas y disciplinas. En su sentido básico, la economía de bienestar introdujo y ancló los patrones de consumo correspondientes a la sociedad moderna, lo cual, directa e indirectamente, implicaba el atropello al medio ambiente. En pro de la satisfacción de las necesidades básicas, y de otras tantas que se creaban en el seno del mercado, el medio ambiente se asumía como una despensa relativamente infinita de recursos de los cuales anárquicamente disponía el hombre (visión antropocentrica). Los tratados de economía política y algunas teorías del desarrollo económico dan cuenta de ello.
Los estructuralistas de la Cepal advirtieron las modalidades a la hora de entender diversas lógicas y grados de desarrollo. Ya planteaban, a principios de los ochenta, el asunto que nos ocupa: la noción de calidad de vida en sus variadas interpretaciones. “La gran mayoría de los estilos de desarrollo hoy en curso en el mundo y en particular en los países subdesarrollados se inspiran en la creencia de una relación directa y automática entre el crecimiento económico y el mejoramiento de la calidad de vida de toda la población. Sin embargo, a pesar del satisfactorio ritmo de crecimiento económico que ha experimentado la mayoría de países menos desarrollados, se ha originado un profundo escepticismo respecto a las bondades del crecimiento económico como único objetivo del desarrollo; en efecto, han persistido y a veces recrudecido dos problemas: la pobreza, que se manifiesta en que la mayoría de la población del mundo menos desarrollado sigue sin satisfacer sus necesidades básicas elementales; y el deterioro del medio físico, que afecta directamente la calidad de vida de la totalidad de la población y compromete el bienestar de las generaciones venideras.”
Las políticas de desarrollo económico y social jalonadas desde los países desarrollados pretendieron cubrir el abanico de necesidades básicas de la población (salud, alimento, vestido, educación, vivienda, empleo y seguridad social) en virtud de mejorar un nivel de vida entendido como poder adquisitivo, modernización, apertura a mercados internacionales y mundialización de la economía. América Latina introdujo dichos modelos de desarrollo como moda, con cierto entusiasmo progresista, también por imposición de países con ímpetu colonizador que condicionaban economías fluctuantes, a merced de los intereses de las burguesías nacionales o de los monopolios de capital extranjero. Ésta fue, en términos gruesos, la pauta de los países latinoamericanos, donde crecientes sectores de población, a la vez que se incrementaban, se distanciaban del cabal bienestar.
A su vez, el imperativo era trazar un patrón para medir el crecimiento económico, del cual equivocadamente se deducía las condiciones de vida de la población en general. En análisis macroeconómicos y homogenizantes tanteaban el desarrollo por relativas cifras per capita. Hasta hace poco los países indagaban el bienestar tomando como base el comportamiento de variables como el PNB, cantidad de automóviles, consumo de cemento o de hierro. En dicha visión, entre otras flaquezas, la variable ambiental está abiertamente excenta. Pese a las limitantes conceptuales y metodológicas, el bienestar (o la felicidad, como se denomina en Japón) se ha medido a través de dichos indicadores, frente a los cuales es necesario agregar un sinnúmero de salvedades y advertencias, con lo cual, en repetidas ocasiones, no dejan de ser arbitrarios. A lo sumo se acercaban a la distinción de las diferencias de la riqueza entre un país y otro, y al interior de cada uno de estos, entre los sectores menos favorecidos y los no muchos privilegiados. En todo el parcial análisis de los gabinetes gubernamentales de desarrollo se desconocía, maquillaba y disimulaba la magnitud de la sentida realidad de una población deprimida que aumentaba aceleradamente en espacios residuales, que acogieron asentamientos periféricos, en la ilegalidad, a manera de cinturones de miseria. A su vez, el medio ambiente se deterioraba, en algunas partes, de manera irreversible
En este panorama no coincidían los ideales del desarrollo con el auténtico bienestar, ni con los propósitos de un medio ambiente sano. En vano, y a gran distancia, la calidad de vida se correlacionaba con el bienestar y la justicia social. América latina se urbanizó abruptamente en casi tres décadas, la población se subsumió en situaciones difíciles, y no faltaron asistencialistas y esporádicos paliativos gubernamentales carentes de ejes que articularan políticas coherentes de desarrollo y bienestar acordes a cada particular contexto. En dicho momento la calidad de vida, como termino de referencia a nivel teórico, no era precisamente la estrella polar hasta bien entrados los ochenta.
No obstante, desde su apreciación más simplista y sesgada, la calidad de vida ha sido tanteada entre los marcos de referencia que establece el binomio satisfacción e insatisfacción de necesidades. Al respecto han surgido controversias por las ambigüedades en torno a las abstractas interpretaciones de términos como felicidad – bienestar – riqueza – desarrollo – posibilidad de consumo, insatisfacción de necesidades – pobreza, conformidad – satisfacción, crecimiento económico – acumulación, entre otros que se homologan como sinónimos entre sí, que varían en cada contexto o cuando se trasnochan algunos paradigmas o transitorios debates; lo cual, indudablemente, nos aleja de una unanimidad teórica y de parecer por cuanto no hay coincidencia plena entre las disciplinas que se han encargado de su estudio e implementación.
La idea embrionaria de calidad de vida proviene del imaginario colectivo de bienestar y desarrollo, entendidos simultáneamente en términos de satisfacción de necesidades, y, de posibilidad de consumo dentro de la lógica de las relaciones capitalistas de la acumulación; articulada y dinamizada, en gran medida, por la cultura de los medios masivos de comunicación. No es gratuito que en el capitalismo avanzado, el lucrativo negocio del entretenimiento y la publicidad se constituyan en un sector de gran efectividad como mecanismo inconsciente e informal de control social; o como bien lo explica Packard: persuasores ocultos. “Hoy el problema para la construcción colectiva de conocimiento no está ya tanto en los libros venerados como en la realidad virtual que crean la TV y otros medios masivos de comunicación y en su forma “bancaria” de impartir qué es lo real y qué no. La educación y hasta la solidaridad se basan más en lo que sale en la TV, por ejemplo, que en los problemas concretos y reales de nuestros vecinos, lo que seguramente desconocemos o no valoramos por no ser dicho precisamente por ese diosecillo universal que todos tenemos entronizado en nuestros domicilios. La realidad virtual es así recreada en una pantalla a partir de unas tecnologías y medios jerarquizados-individualizados, de tal manera que las realidades convivenciales, las experiencias colectivas-creativas desde las bases sociales, se ven desplazadas por ser demasiado artesanales y vivas.”
La sociedad contemporánea moldea patrones de consumo que predeterminan orientaciones y algunas formas de vida que se renuevan con relativa frecuencia, de cuya acogida se vende la idea de contar con buen nivel de vida. De esta tarea se encarga la televisión y en general los mass media, como también de revestir con la identidad de lo citadino a todo individuo en condición de consumidor (iconántropo = hombre de la imagen). Por lo tanto, los sujetos reafirman su particular identidad haciendo parte del engranaje simbólico, integrativo y comunicativo que le proporciona la variedad de opciones del mercado. El consumo es también un sustrato relacional, a través del cual se distinguen grupos con particulares apetencias y afinidades sicosociales, los cuales reposan en las diversas expresiones de un interaccionismo simbólico en el cual convergen las lógicas de la racionalidad capitalista y el dinamismo metropolitano.
De la calidad de vida en la administración pública
En la formalidad institucional de la administración pública se entiende la calidad de vida desde tres ópticas:
a) Como aquella disponibilidad de recursos en el ámbito de las necesidades básicas (alimento, vivienda, sanidad, etc.).
b) Como la capacidad administrativa estatal de patrocinar la prestación de servicios básicos públicos, especialmente a los menos favorecidos; y,
c) como la gestión social y programatica de alternativas competentes a su desarrollo en términos de justicia y equidad.
Entendido de esta manera, la calidad de vida es el producto de medidas encaminadas a garantizar el suministro y disponibilidad de recursos para cubrir necesidades en la población. Sin embargo, son obvias las restricciones para tales propósitos. Contamos con gobiernos corruptos, carentes de suficiente voluntad política y con déficits fiscales que hacen que las políticas diseñadas para conseguir el desarrollo sean económicamente insostenibles. Sí en un sector periférico se inaugura una escuela o centro medico, pomposamente se dirá que se mejoró la calidad de vida. Pero no hay que ser muy perspicaz para saber que son infraestructuras mal dotadas, sin el suficiente recurso humano; que el cubrimiento de redes de alcantarillado y acueducto es deficiente; que la mayoría de la población está subempleada; o que el asentamiento se encuentra ubicado en una zona susceptible a desastres naturales.
El problema que atañe a la calidad de vida es, indiscutiblemente, de orden político. Los tropiezos de la vida digna revelan, en su amplia magnitud, las falencias del ámbito gubernamental. En este orden de ideas, es habitual que para acceder a una aparente calidad de vida es necesario circunscribirse en las redes clientelistas y prevendatarias en las que se sustentan los partidos políticos, los cuales garantizan minúsculos beneficios a potenciales sufragantes, siempre y cuando estos favores sean retribuibles en la urna, por lo tanto, traducibles en votos. Realidad evidente que está bien enraizada tanto en el sistema electoral, como en la burocratización de las instituciones estatales.
La gestión pública no se encuentra mediada por el núcleo articulador de la sustentabilidad en el tiempo, es irregular e ineficiente, por ende, reactivo más no preventivo. Las políticas públicas son segmentarias, casi existe una relación inversamente proporcional entre cobertura y calidad. Si hay un aceptable grado de cobertura va en desmendro de la calidad; y si se localiza la calidad en lo óptimo, exiguamente alcanza para un lugar determinado, descuidando así el fin en cuanto cobertura. Por otro lado, si se cuenta con recursos suficientes, no pueden dirigirse a una solución integral de las demandas en su conjunto. Si se dota el sector salud, no queda dinero para el educativo, para infraestructura deportiva o la red vial. El reordenamiento frecuente y coyuntural de las prioridades por orden de urgencia genera la improvisación en la ejecución de los presupuestos, con lo cual pierden consistencia los paquetes de medidas y planes estratégicos que conforman las políticas oficiales.
LA CALIDAD DE VIDA RECONCEPTUALIZADA
Acercarnos a la comprensión conceptual de calidad de vida requiere entender que
“1. El término “vida” se refiere única y exclusivamente a la vida humana en su versión no tanto local como comunitaria y social. Interesa fundamentalmente la calidad de vida de amplios agregados sociales.
2. Así mismo el término “vida” requiere hacer referencia a una forma de existencia superior a la meramente física que incluiría al ámbito de relaciones sociales del individuo, sus posibilidades de acceso a los bienes culturales, su entorno ecológico-ambiental, los riesgos a que se encuentra sometida su salud física y psíquica, etc.”
Se asiste entonces a una idea más societal que singular e impersonal, excluyéndose el marcado individualismo que matiza al sujeto de la sociedad de consumo. Prima el ethos colectivo sobre el individual. Desde esta arista, el hombre se reafirma como un complejo bagaje de cosmovisiones y representaciones colectivas, interactuante tanto con sus congéneres, como con el entorno natural y construido. De ésta interrelación se abona el terreno para que la teoría de los sistemas proporcione los fundamentos de la ecosistemica, paradigma interpretativo nieto de la teoría de la complejidad.
De otro lado, la medición y valoración de la calidad de vida está regida, en gran medida, por apreciaciones subjetivas e ideológicas correspondientes al particular contexto donde se desenvuelven las colectividades. Así, pues, para medir un determinado tipo de calidad de vida es necesario contar con otros referentes que nos sirvan de contraste. Es preciso diferenciar los diversos modos de vida, aspiraciones e ideales, éticas e idiosincrasias de los conjuntos sociales, para distinguir los diferentes eslabones y magnitudes, pudiendo así dimensionar mejor las respectivas variaciones entre unos y otros sectores de la población. Explicado de otra manera, es presuntuoso aspirar a unificar un único criterio de calidad de vida. Los valores, apetencias e idearios varían notoriamente en el tiempo y al interior de las esferas y estratos que conforman las estructuras sociales. La calidad de vida (el bienestar) es un construido histórico y cultural de valores sujeto a las variables de tiempo, espacio e imaginarios, con los singulares grados y alcances de desarrollo de cada época y sociedad.
“Podría sostenerse que el concepto calidad de vida es subjetivo y que a través de todo el mundo la calidad de vida varía en el espacio y en el tiempo. Pero, a nuestro juicio, ese es precisamente el punto central: según la situación, el conjunto de las variables ambientales más pertinentes puede y debe ser diferente en diversas situaciones. Lo que en un medio ambiente es bueno o malo, dentro de ciertos limites extremos inferiores y superiores, puede cambiar mucho según las distintas situaciones y, salvo en el caso de variables como las que influyen en la salud humana (que es un componente de la calidad de la vida), a menudo resulta muy difícil ordenar la calidad del medio ambiente sobre una base universal.”
A la hora de acercarnos al examen de la calidad de vida es necesario discriminar lo que en economía se denomina Nivel de Vida. Al interior de la brecha social existente en contextos urbanos, cada nivel de vida puede especializares y diferenciarse de modo relativamente sencillo. En un sector marginal de la ciudad las personas canalizaran sus propósitos para contar con un cubrimiento aceptable de servicios públicos, acceso a dotaciones hospitalarias y educativas. Ciertamente, ello brindaría un relativo grado de conformidad, mejorando, por ende, la calidad de vida. Por su lado, las clases pudientes, después de contar con la garantía de satisfacer sus necesidades y demandas básicas, y de gozar de un buen nivel de vida, reproducen nuevos ideales de manera tal que, hipotéticamente, puede tenerse un grado medio de conformidad; otro paralelo puede establecerse a fin de comparar dinámicas y lógicas urbanas y rurales entre sí.
Estamos frente al meollo simbólico y figurado de detentar algunos bienes y servicios que proporcionan status, que se asumen como indicadores positivos en cuanto calidad de vida. No obstante, tener lo que popularmente se conoce como lujo y abundancia, no necesariamente es contar con lo óptimo en referencia a la calidad en el vivir. “El otro sagaz recurso es la idolatría de lo efímero, de la moda, de lo que tiene que caer en rápido descrédito para dejar paso a algo distinto, aunque sea igualmente antiestético y poco más o menos duradero que lo suplantado.”
No todo modelo establecido de buen nivel de vida lleva tácitamente intrínseco la calidad de vida en su correcto sentido. Tomemos, por ejemplo, el prototipo de buen nivel de vida que conlleva el hecho de poseer un automóvil. Es una idea, casi un dictamen cultural, que gozar de vehículo es distintivo de bienestar, poder, importancia y comodidad; modelo foráneo correspondiente a la cultura del consumo (“soberanía del consumidor”) de los países industrializados; “... es probable que la América Latina en su conjunto en los últimos veinte o treinta años haya estado adquiriendo un estilo de vida en que el automóvil constituye para algunos la piedra angular de la existencia y para otros una aspiración que debe cumplirse aunque signifique un alto costo personal. En los primeros años de posguerra, el cine y luego la televisión probablemente tuvieron un fuerte efecto sobre muchos latinoamericanos para conformar su visión del estilo de vida que preferían. Muchos de los programas transmitidos por esos medios de comunicación fueron preparados en los Estados Unidos de Norteamérica. Con ellos se importó, en un grado discutible, un estilo de vida que se centra en torno del automóvil privado.”
Pero, sustancialmente, ¿puede sostenerse que el coche mejora la calidad de vida? Sin lugar a dudas, colocados en su óptica más global y compleja, y de acuerdo a la precisión retomada (cita 10), no. Circunstancias como la contaminación atmosférica (compuesta por polución acústica, gases y partículas en suspensión), la saturación del flujo vehicular, el derroche de agua empleada en su limpieza, sus componentes y repuestos no biodegradables, hacen que se desmejore la calidad de vida en las ciudades.
“El crecimiento del acervo de automóviles en la América Latina ha tenido un efecto profundo sobre aspectos tan diversos de la vida de la población como la forma de las ciudades que habita, la calidad del aire que respira, la naturaleza de la ocupación en que se gana la vida y los lugares en que pasa sus vacaciones. El efecto del automóvil lo han sentido tanto quienes lo tienen como quienes no lo poseen, y si pudiera aventurarse una burda generalización al respecto cabría afirmar que todo el mundo siente los efectos del automóvil, pero solo quienes lo poseen gozan los beneficios derivados de su utilización. Como en la América Latina contemporánea hay una alta correlación, salvo contadas excepciones, entre la posesión de un automóvil y lo que podría describirse como el estrato privilegiado de una estructura social muy diferenciada, podría deducirse que el vehículo ha tenido un efecto favorable sobre quienes ya estaban en buena situación y que ha perjudicado a todos los demás. Probablemente, los primeros no han sido obligados a compensar adecuadamente a los últimos.”
La proporción de ello se revela en lo referente a las emisiones atmosféricas resultantes de la carburación de combustibles fósiles. El parque automotor es el responsable de la contaminación atmosférica en un 70% aproximadamente. Y en este orden de ideas “se estima que la contaminación del aire urbano es causa de 24.300 muertes al año en América Latina, de la perdida de 65 millones de jornadas laborales y de la tos crónica que sufren más de 2 millones de niños.” “Como además sabemos que más de un tercio de lo que ganamos es succionado por los pagos a plazos del automóvil, la energía que consume, los impuestos que devenga, las multas y las reparaciones.”
Lejos estamos de lo óptimo refiriéndonos a la calidad de vida con los insostenibles referentes de consumo que poseemos. Existen dificultades para hallar el punto de equilibrio cuando hablemos de calidad de vida en relación con la satisfacción de necesidades, la perpetuación de los recursos naturales y la salud colectiva. De alguna manera, en el marco de la cultura de masas, la insatisfacción puede crecer cuando de más bienestar se disponga. Una de las grandes paradojas de nuestro tiempo resulta del disfrute de bienestar material sin ausentar el malestar existencial; situación familiar a todos en algún momento de la vida. En consecuencia, “esto supone desde el punto de vista de las necesidades y de su satisfacción que consumir se convierte en una experiencia de “insatisfacción permanente”, puesto que el consumidor depende de modelos y ritmos externos que escapan a su propia soberanía. Lo que hoy se consume de forma deseable, mañana deja de serlo aunque el servicio del producto sea el mismo y también el consumidor. Así se formaliza un “consumismo” cuyo rasgo definidor es el de incorporar al consumidor a una espiral sin fin donde ve constantemente relanzada su demanda.”
SOBRE LA CALIDAD DE VIDA EN MATERIA AMBIENTAL
La denominada economía verde sugiere superar el poder adquisitivo líquido como expresión de un bienestar opulento u ostentoso, abriendo así su concepción a todos aquellos bienes no cosificados que no se compran pero que también tienen un valor: el paisaje, el sentido de pertenencia, el aire puro, la ausencia de ruido o contaminación en general. Propone contemplar los componentes, tangibles e intangibles, que estructurarían orgánicamente una aproximación a lo que és el bienestar bien entendido. Dicha apreciación no discrimina distinción alguna entre los vocablos nivel de vida y lo que debería entenderse como calidad de vida, puesto que los afilia como equivalentes entre sí, y, mancomunadamente, los exhibe como ideal de una especie de bienestar sostenible.
En la economía ambiental y de los recursos naturales, de clara tradición anglosajona, la conjunción conceptual entre nivel y calidad de vida (ideal alcanzable) conforman en sumatoria el “estándar de vida”, cuyos principales indicadores serian los ingresos económicos y su destinación en gasto, siempre y cuando se entienda en la lógica racional e instrumental del análisis costo-beneficio, lo cual conduciría a optimizar las inversiones y los flujos de energía pro eficiencia de procesos de diversa índole. “La mejoría y la racionalización de la eficiencia económica y social, por su parte, estaría dirigida hacia un mayor rendimiento de las actividades productivas, en cuanto ello se relaciona con los desafíos y objetivos ambientales. Se buscarían resultados tales como los siguientes: disminuir el empleo superfluo de energía y materia prima en la producción de bienes y servicios necesarios; reducir y desalentar la producción y el consumo de bienes y servicios superfluos y suntuarios; lograr la máxima calidad posible de los bienes y servicios producidos y su proceso de mantenimiento a fin de asegurar su durabilidad, y por tanto el ahorro de materias primas y energía en su frecuente o prematuro remplazo, y reciclar los desechos de la producción, el consumo, el transporte y la comercialización, así como lograr el uso múltiple de los recursos incorporados a fin de abaratar los costos de producción y hacer posible la satisfacción de las necesidades básicas...”.
Tras esta correlación de elementos, dicha escuela económica sugiere restablecer el menguado nexo de lo antrópico con lo biofísico y ecológico. Se estrecha aun más la relación entre calidad de vida como consecuencia de la calidad ambiental, y viceversa, cuya consonancia mutua arroja el ya mencionado “estándar de vida” como referente para deducir el grado real de desarrollo sustentable. “En el proceso de mejoramiento de la calidad de vida, deben buscarse mecanismos que permitan valorar los recursos naturales renovables en la magnitud del beneficio que de ellos se deriva para la especie. Cualquier tergiversación significa a la larga una reducción de la calidad de vida”. Un esbozo preliminar puede deducirse de la formulación.
BIENESTAR ECONOMICO NETO =
Producto Nacional Bruto – Costes Sociales – Costes Ambientales
Reestructurando el tratamiento a la calidad de vida, es importante contemplar aspectos tales como condiciones de vida deseables, posibilidades de su óptima evolución, grado de satisfacción alcanzado, cuya sumatoria descansaría en la bitácora de la sustentabilidad. En éste instante se fusionan dos direcciones de un mismo aspecto que parecían tomar rumbos desiguales. Se persigue compensar necesidades y elevar el nivel de vida pero alterando lo menos posible el medio ambiente. No obstante, en lo fáctico, ha de considerarse ilusa la aspiración de quienes procuran tener modos de vida en una supuesta sincronía total y absoluta con el derredor. No hay que revisar demasiada información sobre el tema para concluir que por cuidadosos que se intente ser en procesos de producción, establecimiento de asentamientos, modos de consumo, y el sin fin de circunstancias asociadas a lo que és vivir en una sociedad, con tal flujo de bienes y servicios, el entorno es objeto de serias modificaciones. Es acorde delinear patrones de vida en los que los medios y formas de producción y consumo tengan su obvia repercusión en el entorno, procurando que sean mínimas, e intentando, sobre todo, que éste conserve en el tiempo la capacidad de restaurarse de la incidencia de factores antrópicos y también naturales (resilencia).
No pueden producirse bienes y servicios sin agotar recursos, alterar el medio y contaminar, tanto en el proceso de producción como en el de consumo (desechos). El gran cuestionamiento gira en dirección de cómo vivir en ciudades hacinadas, no planificadas cabalmente, con agua y aire contaminados, congestionamientos en la circulación y modelos de vida consumistas. Aspirar a la calidad de vida, y al bienestar sostenible, interpone la racionalización del consumo, lo cual conduce a replantear el desarrollo en términos de calidad y cualidad, no de cantidad. Debemos ser realistas, mientras más se habla de calidad de vida, nuestra realidad inmediata y las proyecciones futuras, señalan tendencias adversas.
“La racionalización y la humanización del consumo apuntarían hacia la satisfacción de las necesidades básicas biológicas y culturales de todos los sectores sociales en cuanto se relaciona con los desafíos y objetivos ambientales y, por tanto, los ajustes deberían encaminarse principalmente a proteger y estimular la produccion de los bienes y servicios destinados esencialmente a la satisfacción de necesidades reales y aspiraciones razonables. Esto significa la eliminación o el desestimulo, en la medida de lo posible de bienes superfluos y suntuarios; asimismo, a garantizar la buena calidad de los productos, su duración y sus posibilidades de mantenimiento y reparación; a evitar o desestimular los cambios periódicos de modelos originados en practicas compulsorias de mercado, que con pretexto de la innovación sólo persiguen estimular tendencias consumistas y maximizar el lucro de productores y comerciantes. El fenómeno se presenta mas fuertemente en el caso de los bienes de uso domestico y en transporte automotor individual; en igual forma, a proscribir la producción y el consumo de productos, que debido a su efecto ambiental afectan la salud de la población o la calidad del ambiente, y a desestimular el consumo de bienes y servicios que entrañan alto consumo de energía o de recursos naturales escasos o considerados de alto valor estratégico para la preservación del ambiente.”
Conceptualmente se superó (más no en la práctica) la noción simplista de bienestar como posibilidad de consumo y robusta comodidad. Su comprensión incorpora, en teoría, deberes sociales ajustados a esas éticas prolíficas a fin de milenio: moderar el consumo, el reciclaje como cultura: el consumidor ecológico o concienciado. Por su lado, los medios y formas de producción, en cuanto proceso de transformación, han de adecuar e implementar tecnologías limpias. El mercado debe ser elástico, operante y retributivo con relación a productos certificados con etiquetas verdes, los cuales, en la dinámica de la oferta y la demanda, deben escalonarse con precios competitivos: green marketing. El sector privado está en mora de asumir responsabilidades, por ejemplo, en la asignación proporcional de una fracción de la plusvalía a programas contingentes al medio ambiente o la salud pública. El sector público debe aplicar políticas eficientes, comenzando por las restrictivas. La conjunción de todo ello se circunscribe en el portafolio transnacional de medidas encaminadas al desarrollo sostenible en su amplia acepción, lo cual apenas germina en el horizonte de aquellas imperiosas utopías de la civilización.
CALIDAD DE VIDA: multiplicidad de miradas en el nuevo milenio
La calidad de vida es un elemento mediador en todo lo competente a lo ambiental y el desarrollo. En países con crecientes marginalidades a todo nivel, alcanzar el bienestar en su óptimo sentido no es simple. Es pertinente unificar criterios para medir los avances al respecto. En esta línea de trabajo, desde 1990 el Informe de Desarrollo Humano del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) emite diagnósticos anuales para 160 países con la pretensión de diseñar prognosis acordes al denominado Desarrollo Humano Sostenible (DHS), el cual se cuantifica a través del Índice de Desarrollo Humano (IDH). Éstos informes son el resultado de la yuxtaposición de una gama de variables con un espectro relativamente amplio de respectivos indicadores. Allí logra recogerse un conjunto homogéneo de lo requerido para medir calidades de vida, el cual fue acogido en consenso por el Banco Mundial (BM) y el Fondo Monetario Internacional (FMI). No obstante, dicho informe no parte de una revisión crítica a las desventajas de colocar datos que descansan tras el único fuero de lo cuantitativo, pues arroja rangos y escalafones de países que sí llegasen a completarse con peculiaridades propias trastornaría notoriamente ese orden anunciado, ya que, por ejemplo, se desconoce la incidencia y real envergadura de los conflictos armados en las formas de vida, desplazamiento y segmentación del tejido social, y en consecuencia, de la calidad del vivir.
Sin embargo, no puede desconocerse las fortalezas teóricas y conceptuales del Indice de Desarrollo Humano (IDH), dado que es un punto de vista alternativo que replantea los estilos de progreso y la forma convencional de medirlo. Se trasciende la valoración ortodoxa de desarrollo como crecimiento (acumulación), industrialización, auge de mercados y, en general, avances macroeconómicos. Las gentes no son entidades anónimas y abstractas para que sean ignoradas en su sentir y percepción subjetiva e intersubjetiva de bienestar. “Los índices de calidad de vida o del desarrollo humano que están siendo diseñadas por las Naciones Unidas y algunas universidades y gobiernos, esperan integrar diferentes variables que han sido identificadas como objetivos posibles de la humanidad. Algunas de las variables recientemente agregadas tratan de involucrar lo que los cinco sentidos le dan al bienestar humano: visión, gusto, tacto, olor, sonidos; otros incluyen visiones platónicas de la felicidad como la belleza, justicia y verdad. De esta forma la ética, el poder, el conocimiento y el placer están reemplazando el PIB. Tratando de cuantificar la calidad algunas instituciones han diseñado índices de calidad de vida conectados a anteriores índices que están siendo medidos. (...) Conceptos de sociología, sicología, y antropología han sido usados para construir índices utilizables en los cuales las variables están agrupadas como en el ejemplo de Flanagan, en el cual las categorías son: comodidad material, recreación activa, experiencia laboral agradable, seguridad personal y de salud, aprendizaje, adquisición de conocimientos, relaciones de pareja, socialización y expresión personal.”
Los indicadores oficiales de progreso y calidad de vida deben ser complementados con otros que evidencien la real trascendencia de las políticas públicas y de desarrollo. Usualmente se aplaude victoriosamente los progresos cuando los gobiernos exponen cifras positivas de incrementos exponenciales, de las cuales infieren beneficios extensibles a todo un país. Sin embargo, es escaso que se equiparen los avances macroeconómicos con asuntos como la distribución del ingreso y la riqueza, o la posesión y grado de concentración de la propiedad del suelo. Un cuestionamiento concienzudo de ello conlleva a conjeturas y dilemas éticos y morales que confrontan las economías y los ordenes establecidos. Replantear la calidad y las formas de vida es revaluar también el modelo de sociedad. Por su parte, la economía no es ajena a la lupa de las eticidades y la moral política y civil como garantes de la equidad: principio supremo en que se sustenta la calidad de vida como vida digna, apelando, en esencia, a la justicia social como valor sublime.
“Si se interpretan los objetivos globales de desarrollo nacional en términos tradicionales (tasas de crecimiento, tasas de ocupación, tendencias de distribución del ingreso, etcétera) es evidente que el status constituye el factor orientador por excelencia para la planificación intrarreginal. Si en cambio se piensa en términos de calidad de vida y se los ubica en el contexto de la búsqueda de estilos de desarrollo, la posición relativa entre status e imagen-objetivo se invierte; ello por cuanto las formas especificas que adoptará cualquier reformulación de estilos de desarrollo, la dependencia de estas respecto de la situación ambiental que enfrentan la comunidad regional y las comunidades locales, y la influencia decisiva que ello tiene sobre la calidad de vida, son cuestiones que brindan a la percepción comunitaria del medio y, por consiguiente, a la imagen-objetivo prevaleciente de la comunidad, un papel altamente pertinente en la gestión y evaluación del desarrollo.”
Repensar la calidad de vida es reorientar en direcciones de avanzada más integrales los ideales de desarrollo y progreso, así como rediseñar los modos de evaluarlos. Al respecto ha contado con acogida en diferentes círculos la propuesta del chileno Manfred Max–Neff, quien en los ochenta postuló el Desarrollo a Escala Humana con el concierto de posiciones éticas, estéticas, culturales, pacifistas y cívicas. “Tal desarrollo se concentra y sustenta en la satisfacción de las necesidades humanas fundamentales, en la generación de niveles crecientes de autodependencia y en la articulación orgánica de los seres humanos con la naturaleza y la tecnología, de los procesos globales con los comportamientos locales, de lo personal con lo social, de la planificación con la autonomía y de la Sociedad Civil con el Estado.”
Desde ello “...es igualmente claro que algunos estilos de desarrollo, producción y consumo son intrínsecamente incompatibles con la preservación de la calidad ambiental e incluso de la calidad de la vida. La meta final del desarrollo socioeconómico es, o debería ser, el mejoramiento sostenido de la calidad de la vida de los seres humanos. El proceso de desarrollo entraña utilizar, modificar y recrear el medio ambiente humano. Al mismo tiempo, la calidad de este último es un componente fundamental de la calidad de la vida y, por lo tanto, resulta necesario y apremiante explorar marcos conceptuales que hagan hincapié en la plena integridad del desarrollo y el medio ambiente socioeconómicos, ya que estos serían aspectos complementarios del mismo proceso. Estos marcos conceptuales deberían permitir examinar una gama lo mas amplia posible de formas y caminos de desarrollo alternativos y, más importante que las opciones de aplicación, hay que recalcar que la generación de objetivos o metas, distintos de los tradicionales, constituyen un proceso fundamental”.
Debe contemplarse la combinación, perspectiva sistémica, de los componentes sociales, económicos, médicos, psicológicos, ecológicos, culturales, políticos, ontológicos y axiológicos, en su multivariada y compleja composición. Buscar la calidad humana es romper con añejos puntos de vista parciales y reducidos. “Esto ha implicado tomar en cuenta no solo la satisfacción cuantitativa de una necesidad especifica, sino también su mejoría cualitativa.” Ilustremos dos ejemplos:
a) El hecho de comer no necesariamente denota buena alimentación; si las cifras señalan un bajo promedio de desnutrición infantil, es conveniente revisar el grado de malnutrición, la cual casi siempre supera ostensiblemente la primera. “Entre los componentes fundamentales de la salud se encuentra la nutrición adecuada, que a su vez constituye la base del crecimiento y desarrollo humanos. Por el contrario, la nutrición deficiente o inadecuada puede contribuir a un gran numero de problemas de salud, alterando funciones que regulan una vida normal y saludable. Teniendo en cuenta lo anterior, se concluye que la disponibilidad, distribución y consumo de alimento son variables esenciales que relacionan la salud (en el más amplio sentido), la nutrición y la productividad económica con el proceso de desarrollo socioeconómico. Como era de esperar, dadas las desigualdades según clase social e ingreso ya demostradas en las áreas de mortalidad y morbilidad, existen grandes diferencias en los patrones de consumo alimentario entre los diferentes sectores poblacionales de los países latinoamericanos. De la misma manera que las cifras nacionales medias de mortalidad no captan las desigualdades existentes, los datos sobre disponibilidad y consumo de alimentos por individuo encierran grandes diferencias en cuanto al consumo de nutrientes y los factores causales de la desnutrición entre los diferentes grupos sociales.”
b) Contar con techo no representa necesariamente buen nivel respecto a vivienda, es preciso detallar los materiales empleados en la construcción, como la vulnerabilidad del terreno donde se edifica; así mismo el promedio de individuos por vivienda. “El hacinamiento es un reflejo de la escasez de viviendas y de la falta de espacio para alojar a la totalidad de los miembros de cada una de las respectivas familias. El hacinamiento se manifiesta también en la elevada densidad de población de esos asentamientos precarios, tal como lo ponen en evidencia el número de habitantes y de metros cuadrados construidos por hectárea.” “Pero al mismo tiempo que en las ciudades del mundo hay millones de apartamentos vacíos, la mayoría de los nuevos urbanistas se apiñan en una periferia donde hablar de calidad de vida es puro sarcasmo. Y allí todos aspiran legítimamente a una vivienda digna, sólo que hacerlo puede ser la mayor de las trampas. Hoy, a escala planetaria, supera la mitad de la vida laboral de las clases trabajadoras lo que se debe invertir para alcanzar esa convencional meta.”
La relación calidad de vida-calidad ambiental se encuentra mediada por un nexo directamente proporcional. Por su lado, se ha ampliado el rango de aprehensión de lo ambiental, desde su concepción básica como naturaleza. Ambiente son todos los componentes del entorno. Son también las correlaciones y representaciones simbólicas que tiene el sujeto de su espacio inmediato, en el cual se desenvuelve como ser social. “El hábitat humano, además, no es sólo ni simplemente un mundo de objetos, sino también, y muy principalmente, un mundo de valores y de símbolos, que son, según quiero ver yo este tema, parte esencial del medio ambiente humano. Parece necesario, pues, adoptar una perspectiva holística que contemple al hombre y su medio como en una mutua interacción y entrecruzamiento, de manera que los hechos y las acciones que tienen lugar en la escala más reducida de la vida cotidiana, en la que el individuo tiene que ser y “hacerse” como persona moral, puedan verse de algún modo vinculados a (o insertos en) una dimensión planetaria, tan alejada en apariencia de sus diarias preocupaciones, pero tan decisiva en cuanto a las posibilidades reales de sus opciones y decisiones.”
La calidad de vida no puede contrastarse con nada que se llame cantidad de vida. Todas las consideraciones expuestas redundan en la aspiración de una sociedad equitativamente bien ordenada al interior de sí misma y con el contexto geográfico en el cual persiste. Realidad distante, utópica y ajena a la realidad de las megalópolis de hoy día, con sus respectivas huellas ecológicas que se prolongan más allá de la frontera de lo construido y de lo que concierne a lo meramente urbano. “La ciudad es hoy el escenario de casi todo, pero sobre todo del consumo. El cambio de tendencia en la distribución sobre el territorio de las poblaciones tiene consecuencias de primer orden para el derredor y para quienes en él viven, así como para los masificados. Prácticamente todo lo que de destructivista sucede fuera de los limites de lo estrictamente ciudadano resulta aceptable por que implica más espacio, recursos y energía para la urbe, y además desde ésta ya no se percibe directamente. Como toda ciudad es centro de poder, y la cultura y el mundo rural olvidables, poco extraña que poco o nada se enfrente el acaparamiento.”
Una y tantas formas de calidad de vida y bienestar abarca todas y cada una de las decisiones diarias, de nuestras emociones respecto a ciertas situaciones, del ideal de futuro, de la alimentación y del normal transcurrir de la existencia de las personas, la cual responde a un especifico momento de la civilización. Rodriguez Villazante esboza la experiencia del hombre cosmopolita: “La mayoría de nosotros, en el mejor de los casos, aumentamos en un nivel de vida (tenemos más cosas), pero retrocedemos en la calidad de vida, pues lo mejor, lo más adecuado a cada situación concreta, hecho a propósito, sólo se reserva para algunos privilegiados. La calidad del hábitat, de la alimentación, de la salud, de la educación, etc., no es tener más coches para meterse en atascos de trafico, ni consumir más fármacos por que hay nuevas dolencias, ni consumir más carne sin saber de qué se alimentaron esos animales, ni tener muchos electrodomésticos sin tener tiempo para oír música, ni tener muchos títulos sin saber qué nos está pasando. Además, otra gran parte de la población ni siquiera tiene acceso a muchos de estos bienes materiales de dudosa calidad. Mientras, se están perdiendo recursos naturales y sociales de cada lugar que permitirían otras formas de vida.”
5.1 Nuevos rumbos
En los últimos años la noción calidad de vida ha sido enriquecida con contenidos algo novedosos. De cierta manera es el acercamiento más pragmático y cotidiano que podamos tener con un imaginario que ha transitado a vertientes bien interesantes para pensar. A continuación se enumeraran algunos rumbos, los cuales son origen de otros tantos que servirán para tipificar acepciones de calidad de vida, los cuales, lógicamente, no agotan otras tantas alternativas de estudio y crítica.
i) El concepto de calidad de vida asiste una apreciación más amplia y holistica, corriéndose el riesgo que vago se volviera la manera de entenderlo en algunas circunstancias fácticas. Probablemente puede trascender a dimensiones no humanas, dado que como se explicó en un principio, dicho termino se ciñe básicamente a lo competente al hombre. En caso tal de que el humano derecho a la vida trascienda próximamente a las especies animales, como sujetos de derechos morales y consideraciones que revestirían a todo lo vivo en cuanto tal condición (discusión entre la filosofía del derecho y la ética ambiental) , no es raro que ecologistas tomen la pancarta de defender la calidad de vida de los animales, por ejemplo, de un circo, por cuanto no estarían en sus óptimas condiciones por obvias razones: carecen de lo mínimo en relación con su hábitat, soportan maltratos, son objeto de la postura utilitarista del hombre, y, como seres vivos, son un medio, no un fin en sí mismos, secularizándose su lugar como organismos integrantes del sostén de la biota. Desde luego, se generarían diversas interpretaciones, todas discursivamente lógicas.
ii) Si escrutamos el hecho de lo que es vivir en una sociedad de masas, nos encontramos repetidamente con sujetos enajenados cuyo espacio vital está congestionado de artefactos que le ha brindado la tecné. La posesión y disfrute de bienes no garantiza la plena conformidad del hombre. A ello se dirige cierta corriente naturalista que, persiguiendo nivelar y solidarizar al sujeto con el medio, pretende modos de vida sencillos y naturales donde las necesidades primarias se compensan de manera simple, no opulenta. Sí hoy pensamos que tener calidad de vida es contar con teléfono celular, nada raro que el día de mañana calidad de vida sea la posibilidad de apagarlo para evadir el estrés de la vida diaria.
iii) Una alternativa metodológica para ahondar en la lógica del concepto objeto de análisis es diferenciando equidistantemente las categorías componentes de la triada nivel, forma y calidad de vida, sorteando los obstáculos a la hora de confeccionar matrices de análisis e indicadores íntegros que reúnan las multicriteriales visiones de todas las áreas del conocimiento, a la par de las cosmovisiones de los estudiados, es decir, de las comunidades en los componentes estructurales en que se fundamentan. En consecuencia, como se acaba de detallar, la calidad de vida se resiste a interpretaciones sesgadas y parceladas.
iv) Las colectividades pueden conllevar pobreza no solo en lo económico. Asimismo existe carencia de medios y erosión en lo político, cultural y social, de lo cual no escapan siquiera los sectores de altos ingresos. De ahí el desafío de esfuerzos dirigidos a mejorar formas de vida a partir de la recreación de tejidos sociales, la cabida a herramientas participativas y el rescate de valores a todo nivel. Es decir, a través de la posibilidad de cultivar otros ámbitos del individuo y el entramado social. En ello se matriculan idearios de convivencia, gobernabilidad, capacitación y autogestión; lúdica, economías solidarias (cooperativismo), sistemas sostenibles de producción, sentidos de pertenencia, reivindicaciones de género, civismo y cooperación. Dichos ámbitos han tenido luz verde con propiedad desde las ONGs, o desde iniciativas de organizaciones de base donde los ciudadanos consensuan y asumen responsabilidades en realidades y situaciones que exigen diligencia. En parte, por las grietas que los gobiernos van dejando en relación con el ejercicio de sus deberes, las cuales se difieren como cometido a todo aquel bagaje de competencias que se concretan en la denominada sociedad civil.
Los conglomerados no se han desentendido plenamente de su futuro común, de sus formas de reproducirse y perseguir cierto progreso en cuanto buscan incidir en el porvenir, mejorar las condiciones, planificar y ampliar sus posibilidades. Lo cual es desarrollo inequívoco por las ventajas de cimentarse en la capilaridad del entramado social, en el cual se cosechan los frutos de los esfuerzos de la autogestión, puesto que “las necesidades fundamentales pueden comenzar a realizarse desde el comienzo y durante todo el proceso de desarrollo; o sea, que la realización de las necesidades no sea la meta sino el motor del desarrollo mismo.” Contrario a aquella convencional, vertical y paternalista noción de desarrollo cuyos fines son dudosamente alcanzables en el incierto futuro, sí acaso lo favorecen ciertas condiciones.
“En general las definiciones de sostenibilidad incluyen algunos o todos los conceptos relacionados con la sostenibilidad ecológica, económica y social; (...) sostenibilidad social en el sentido de que el manejo y la organización sean compatibles con los valores culturales y éticos del grupo involucrado y de la sociedad (equidad), lo que lo hace aceptable por esas comunidades u organizaciones y da continuidad al sistema en el tiempo”. Se amalgama entonces la calidad de vida y lo sostenible, en cuanto encarnan la energía social suficiente para dar rienda suelta al desarrollo autentico, horizontal y verdaderamente transgeneracional. “Esta forma de planificación participativa o democrática puede mostrarse como la más efectiva modalidad de incorporar las variables ambientales al proceso de planificación. Cuando se trata de “planificar la calidad de vida”, un concepto tan subjetivo, no se puede dejar de pensar que los afectados (o beneficiados) deben desempeñar un papel central en la decisión de métodos y objetivos.”
“A una lógica económica, heredera de la razón instrumental que impregna la cultura moderna, es preciso oponer una ética del bienestar. Al fetichismo de las cifras debe oponerse el desarrollo de las personas. Al manejo vertical por parte del Estado y a la explotación de unos grupos por otros hay que oponer la gestación de voluntades sociales que aspiran a la participación, a la autonomía y a una utilización más equitativa de los recursos disponibles.”
v) Si ha variado en algo la manera de discernir la calidad de vida, es desprendiéndose de aquel sesgo tradicional que la asocia únicamente a diferenciar determinados estratos sociales. Puede afirmarse que se ha diversificado lo correlacionado con éste termino. Explicado de otra forma, por la calidad de vida velan también agendas dirigidas a grupos poblacionales muy precisos, por fuera del referente unánime de franja social; aportación principal de la psicología social. Contemplemos aquí los programas para mejorar las condiciones de vida de individuos con un común denominador independiente de su posición o estatus social, económico y cultural. Hallamos grupos de acompañamiento y diversificación de posibilidades de vida a ancianos, jóvenes, enfermos (de SIDA, cáncer o cuanta enfermedad persistente exista), ejecutivos estresados, discapacitados físicos, indigentes, madres gestantes, infantes, reclusos en centros penitenciarios, o proyectos de seguridad industrial, motivación y autoayuda, entre muchos otros. Se impulsan sub-especializadas formas de hacer que sujetos, con particulares condiciones, cuenten con mínimos básicos que les permitan desarrollar sus potencialidades, como puedan aspirar a futuros presupuestos de bienestar sicofisico.
Desde la perspectiva de las nuevas socialidades, en la praxis, se ha superado, en algo, aquella primaria concepción de calidad de vida explicada en el segundo capítulo, incluyéndose la posibilidad de potencializar circunstancias afines al género, grupo poblacional, edad, oficios y trabajo, hobbies, deficiencias de salud o rol desempeñado en la familia, empresa o sociedad. Por ejemplo, asuntos descartados como el papel de la mujer en el mundo racional y tecnocrático (Habermas) se rescatan. “Hoy día, la aplicación del criterio del “desarrollo humano” y la introducción de los criterios para medir la calidad de vida obran conjuntamente en favor de la recuperación de la importancia de la naturaleza y de las tareas asignadas históricamente a la mujer, en las que naturalmente no se ve razón alguna para que no sean compartidas con el varón.”
vi) La diligencia de la calidad de vida ha traspasado el imaginario propio de capas sociales discriminadas por el margen de ingresos o poder adquisitivo. El sujeto postmoderno cuenta con demandas que escapan a lo netamente socioeconómico, que revelan, en lo social, nuevos referentes de calidad de vida, y en lo individual, autorrealización y felicidad: alimentarse balanceadamente, practicar deporte, laborar en ambientes organizacionalmente adecuados, no fumar ni consumir psicotropicos o alcohol, disfrutar el ocio, hacer el amor, compartir con amigos y vecinos, adelgazar y evitar la obesidad. La calidad del vivir es un ideal, con diferentes grados de hedonismo, alcanzable en todo momento. No obstante, en algunas ocasiones sentirse y verse bien acarrea cosos. Los bienes y valores que se expresan en lo light son de acceso restringido. La estética corporal, una alimentación medicada y balanceada, algunos entretenimientos, son componentes de una nueva cultura que, si bien es cierto se expone a todos, solo algunos sectores de la población pueden aspirar a incorporarlos en su propio estilo de vida; lo cual hace que sean avances no extensibles a todos, fundamentalmente a la gran mayoría.
Por otro lado hay que tener en cuenta que la “vida humana es un continuo de evolución y, por tanto, es equivocado pensar que el desarrollo de las personas comienza al nacer y termina en la adolescencia. La verdad es que empieza en el momento de la concepción y finaliza con la muerte. Evolucionamos a lo largo de la vida, como niños, como adultos, como ancianos. De ahí la necesidad de entender el concepto de calidad de vida en un contexto evolutivo.” Lo cual hace que sea un continuum, un fin en permanente construcción, tanto a nivel individual como colectivo, y sin relegar, como especie, el papel transformador y desequilibrador del medio. Se expone un sujeto extremadamente sensible e interactuante con el entorno social, el natural y el construido. Si la economía ambiental valora notablemente el paisaje desde lo cualitativo a lo cuantitativo, la sicología, por su parte, retoma éste eslabón interpretándolo a la manera del medio ambiente perceptual, e, igualmente, de acuerdo a su calidad, le otorga una gran significancia como origen de salud mental. Se ha presentado someramente la visión sicologista de la calidad de vida, la cual, en conjunto, ha tenido acogida en sociedades de todo el mundo.

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